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Claudia Conte, una medalla en siete actos

Después de Alhama de Murcia y Arona, dos capitales de las pruebas combinadas en las que Claudia Conte se fue agigantando, en su entorno empezó a masticarse la posibilidad de ganar una medalla en el Campeonato de Europa sub23. Pero nadie decía nada. Nadie, ni su entrenadora, ni sus compañeros, ni sus padres, lo explicitaban. Pero estaba ahí. “Es gracioso. Porque mis padres, de repente, me dijeron que habían conseguido escaparse dos días del trabajo. Que querían venir a verme por si… Pero no acababan la frase. Todos lo pensábamos pero ninguno lo decía para no cargarme más presión“. Luis y Mar llegaron a Tallin el miércoles por la noche, la vieron competir el jueves y el viernes, se emocionaron al ver subir a su hija de 21 años al podio, y el sábado ya estaban trabajando de vuelta en Benicàssim.

Al acabar en Arona, donde se convirtió en la segunda española de la historia en superar los seis mil puntos en el heptatlón, Jorge Ureña, Joan Estruch y Manel Miralles se acercaron a ella y le explicaron que estaba ante la oportunidad de ganar una medalla, que tenía que confiar en ella. Claudia lo sabía, pero prefería no pensar mucho en eso y ahuyentaba los pájaros que le rondaban por la cabeza. “Ya en Arona me había pesado la presión de verme el primer día entre las buenas. Y llegó el segundo día y no estuve a la altura de lo que podría haber hecho“. Así que aquella sensación siguió latente, pero nadie más la alimentó.

El heptatlón de Tallin se convirtió en una travesía donde la atleta castellonense solo se sintió realmente cómoda en la longitud. El resto fue una pelea sin cuartel contra sus rivales y contra su cabeza. Venció Claudia, como casi siempre. Una medalla repartida en siete actos.

Acto 1. Buen arranque.
Conte se estrenó con los 100 metros vallas, una prueba en la que este año tenía buenas sensaciones aunque no había logrado -como sí ocurrió en la altura o la jabalina- una gran marca. “Llovió un poco en la salida y no arranqué bien. Por los nervios de la primera prueba no estaba suficientemente concentrada y tardé en ponerme en acción. Pero después de la primera valla ya progresé mejor y en general estuvo bien. Y encima luego me tranquilizó ver que, salvo la polaca (Adrianna Sulek, que sería la campeona), ninguna hizo nada del otro mundo“, explica la heptatleta, que bajó de los 14 segundos (13.92).

La atleta del Playas de Castellón salió entonces de la pista con la idea de que sus rivales no estaban a un nivel inalcanzable -“solo que Sulek jugaba en otra liga“- y eso fue una motivación para el resto de la combinada.

Acto 2. Bien, pero sufriendo.
Nadie había saltado tanto como la española este año. Conte, la líder de la temporada en nuestro país con 1,88, sabía que la altura es su gran baza para meterle puntos a sus contrincantes. Pero no fue una tarea sencilla. “La altura fue la segunda prueba en la que más sufrí“, advierte Conte, que se apresura a explicarlo: “La marca (1,84) no estuvo mal, pero la competición fue desastrosa“. La prueba se tuvo que suspender durante más de una hora por la lluvia y eso jugó en su contra. “A mí los nervios normalmente se me van en las vallas, pero hubo un parón por la lluvia, así que tuve que hacer ejercicios para reactivarme y eso me trajo los nervios de vuelta“.

La pupila de Manoli Alonso se tiró toda la competición con una idea golpeándole la cabeza: “No la cagues“. Algunas de las favoritas al podio estaban pinchando y eso acentuó la idea de que era el segmento en el que podía coger una ventaja crucial. “Pero no era constante. Hacía cada carrera de una manera. Tenía demasiada adrenalina y me costaba mucho hacerlo bien. Enganchaba el salto y era bueno pero me costaba ser constante. El 1,75 lo tiré a la primera. Y en el segundo, el listón se queda temblando porque le pego con los pies. Tener que hacer un tercer intento me hubiera costado mucho mentalmente. Fue un momento clave y mi entrenadora, de hecho, pensaba que me quedaba en el 1,75. Manoli solo hacía que repetirme: ‘Claudia, bajamos revoluciones. Claudia, bajamos revoluciones’. Al final fue saliendo, pero me quedé con la sensación de que tendría que haber saltado el 1,87. Me dio rabia que disfruto mucho la altura y esta vez fue todo lo contrario“.

Acto 3. Suspense.
La lluvia que obligó a retrasar la altura hizo que la colchoneta estuviera llena de agua y Conte acabó la altura con la ropa empapada. El peso se retrasó a la tarde y ella y su entrenadora pensaron que lo mejor era aprovechar e irse al hotel para comer y cambiarse la ropa. Y así, además, saliendo de la sala donde se quedaron todas las heptatletas, podría desconectar un poco. Pero todo se fue retrasando y cuando llegó al hotel se dio cuenta de que solo tenía cuarenta minutos para hacerlo todo. Se sirvió macarrones y una pechuga de pollo y se puso a engullir mientras Sara Gallego le contaba su carrera. Manoli no dejaba de mirar el reloj y en cuanto acabó de comer se fueron rápidamente a coger el autobús de vuelta para llegar a tiempo al estadio.

En la parada estaban ellas dos y otros chicos. Cuando llegó el autobús, solo subieran ellas. Claudia iba distraída con el móvil mientras Manoli, intranquila, no dejaba de mirar por la ventanilla. “A mí este camino no me suena de nada“, soltó cuando ya no podía más. Al llegar al destino, comprobaron que les había llevado a una pista de calentamiento que estaba bastante alejada. La atleta se fue a hablar con varios conductores para ver si alguno le podía hacer el favor de llevarlas al estadio. Pero ninguno accedió.

El reloj seguía avanzando. Cada vez tenían menos tiempo. Y Manoli empezó a temer que pudieran llegar tarde. Al final Claudia logró que uno de esos chóferes llamara a un taxi. En cuanto llegó, se subieron corrieron y le rogaron al taxista que pisara el acelerador. El hombre, apurado, les dijo que no podía ir más deprisa y, aunque Manoli ya estaba desesperada, Claudia pensó que no ganaba nada poniéndose nerviosa y confió en que todo acabaría saliendo bien. El taxi llegó al estadio a tiempo y les dejó junto a una entrada. Pero no les dejaron acceder por esa puerta y tuvieron que darle toda la vuelta al estadio. “Yo iba corriendo como podía con las chanclas. Llegamos y me dio tiempo a calentar apenas quince minutos“, rememora Conte.

El peso no fue bien, pero tampoco mal. Es su punto débil, pero tampoco es que fuera un desastre. Conte lanzó 11,63 y cayó hasta el cuarto puesto. “Sentí que, gestionando emociones, competí peor en la altura. Me puse cuarta, pero la que se puso tercera fue (la austriaca Sarah) Lagger, que siempre lanza mucho en peso“.

Acto 4. Agotada.
Tras el peso, la española se fue a descansar a una sala con todas las demás. Se sentó diez minutos y se preparó la botella con las sales, sacó los geles y luego se fue a calentar de nuevo para el 200. “Tenía ganas y sabía que estaba en forma, pero me notaba poco reactiva. Me faltaba explosividad por cansancio, por no descansar. Un fallo mío por no haberlo controlado bien y haberme quedado en la pista“.

La temporada, tan pródiga en buenas marcas para la de Benicàssim, no le había deparado un buen registro en el 200. Generalmente metía demasiada energía al principio y llegaba al final sin fuerzas. “Aquí, en cambio, el cansancio hizo que me costara mucho más la primera mitad, pero en la segunda corrí más de lo que solía hacer. Me quedé contenta con el 24.89 pero con la sensación de que no salió lo que había entrenado. Cuando ya nos íbamos, Manoli vino y me dijo que estaba a solo un punto del tercer puesto (que ocupaba la francesa Léonie Cambours)“. La segunda, la británica Holly Mills, era segunda con 168 puntos de ventaja sobre ella.

Claudia Conte acabó exhausta este primer día. Metió las piernas en un baño de hielo y se quedó aterida, tiritando de frío. Mientras Dositeo Pena, uno de los fisioterapeutas de la selección, le descargaba las piernas, la atleta le contaba que de tan cansada que estaba tenía ganas de llorar. Luego cogió el autobús y se marchó al hotel. Antes de llegar al comedor se puso a hablar por FaceTime con su gran amiga María Vicente, la plusmarquista española. Eran las diez de la noche y estaba tan metida en la conversación que entró en el comedor y se llevó una sorpresa cuando le sobresaltó el bullicio de todos los compañeros de la selección, que comenzaron a dar gritos y a golpear las mesas con las manos para felicitarla por su buena actuación en el primer día del heptatlón. “Estaba muy empanada y no me enteré hasta que se pusieron a chillar. Me hizo muchísima ilusión. Yo soy muy vergonzosa, pero me dio mucha alegría“.

Acto 5. Lo más fácil.
Luego cenó, subió a la habitación que tenía para ella sola, preparó las cosas del día siguiente, se dio una ducha y, a las once y media, ya estaba durmiendo.

Al día siguiente me desperté y me llevé una sorpresa. Normalmente el segundo día me duelen mucho las piernas y es el momento en el que te preguntas por qué demonios has elegido el heptatlón. Ese momento es peor aún que el 800. Pero ese día no me dolía nada. Era como si no hubiera competido. Ahí supe que el día me iba a ir bien“, recuerda Conte.

La quinta prueba fue la más plácida. Aunque su proverbial carácter despistado casi le lleva al bochorno. Claudia estuvo a punto de saltar en el pasillo de la otra serie. “Conté la carrera en el foso B y saltaba en el A. Por suerte, al final vi por el rabillo del ojo a Sulek en el otro pasillo y me dio tiempo a cambiar“. No importó. En el primer saltó se fue ya hasta 6,15. Suficiente para sus aspiraciones. Manoli Alonso estaba viéndola saltar junto a Pepe Peiró, el seleccionador, y después del primer salto, antes incluso de que lo midieran, le dijo: “Pepe, ya está, ya me puedo ir al hotel“. El segundo fue nulo, pero en el tercero aún mejoró hasta 6,19. La longitud, la prueba que la había atormentado durante todo el año por una abundancia de nulos que la estresaban, la solventó esta vez con suma facilidad.

Acto 6. Al borde de la ruina.
Aquí hicieron un cambio raro. A las buenas de la jabalina nos metieron en el grupo B y a las malas en el A, que era mejor porque te dejaba más tiempo de descanso para el 800. Me molestó un poco, pero fui a Manoli y le dije: ‘Como lo han pedido luego el karma les castigará’. Intenté quitarle hierro para no obcecarme“, repasa Conte, que llegó a la jabalina en la tercera posición.

Dos semanas antes, en el Campeonato de España de Getafe, mucha gente se sorprendió de que la castellonense no disputará la altura, donde se hubiera llevado la medalla de oro. Pero Conte, que tenía el Europeo entre ceja y ceja, eligió la longitud, donde había tenido muchos problemas con los nulos, y la jabalina, una prueba en la que le faltaba una gran marca. Fue un acierto y allí lanzó casi 50 metros (49,89). Así que la jabalina, en Tallin, era otra prueba para darle un ‘hachazo’ a sus rivales.

Salió del calentamiento confiada. Allí lanzó cuarenta metros con dos cruces y las zapatillas lisas. ¿Qué podía fallar? Solo había que ir a la pista y volver a acercarse a los 50 metros. Pero, de golpe, todo cambió. Fue algo así como si a Claudia Conte se le hubiera olvidado lanzar de repente. “Fue un desastre“, adelanta. En la pradera había una línea en los 35 metros, un cono en los 40 y otra línea en los 45. “Pero yo pensaba que la raya de los 35 estaba en los 40. Y en el talonamiento me ofuscaba porque me quedaba un par de metros por encima de los 40, cuando, en realidad, ¡estaba lanzando 37 metros! Generalmente hago tres intentos de prueba, pero me estaba saliendo tan mal que hice ocho. Y todos fueron un desastre“.

Cuando empezó la competición, ella seguía convencida de que los 35 metros eran los 40, así que cuando lanzó y se quedó un poco antes de la línea, pensó que tampoco era tan malo. Por eso, cuando vio el 39,11 en el marcador, se quedó de piedra. “Ahí me puse súper nerviosa“, reconoce Conte, que miraba hacia la grada y veía a Manoli Alonso que solo hacía que repetir: “Solo un tiro de 45, uno normal, el del todo el año, Claudia“. Pero el segundo no fue mucho mejor: 40,68. Le quedaba uno. Si fallaba, todo se desmoronaba y perdía sus opciones de subir al podio. Tenían el aire en contra, que, si dominas la técnicas y cuelas bien el dardo, no es un contratiempo demasiado complicado. Conte lo sabía. Y se repetía: “Tírala rasa, tírala rasa“. Y en el último intento, la jabalina volvió a volar. Ella vio que era largo, pero en cuanto leyó el 47,04 en el marcador sintió un alivio tan salvaje que le entraron ganas de vomitar. “Me agaché, lo celebré y me fui a por Manoli. Cuando llegué la vi descompuesta. Me acerqué y nos dimos un abrazo muy emotivo. Yo estaba llorando y ella solo decía: “Casi te mato, Claudia“.

No fue la única. Luego supo que en su grupo de entrenamiento también lo pasaron francamente mal. El pertiguista Manel Miralles, que es hijo de Manoli Alonso, se puso a llorar cuando vio que la jabalina había llegado a 47 metros. Y el decatleta Óscar Andrés Bou fue muy franco: “Clau, no te voy a engañar, te he insultado. Y que sepas que Manoli también. No tengo pruebas, pero tampoco dudas“.

Acto 7. La felicidad
Quedaba el 800, pero Conte estaba confiada. “Ahí es mucho más difícil que la líes“. Sabía que tenía la medalla casi en la mano y se fue a descansar relajada. Se encontró con los atletas del 400 m vallas, les sacó unos yogures y se echó una cabezadita en las colchonetas. Luego preparó la estrategia con su entrenadora. Manoli sabía que Claudia era muy superior a Holly Mills -la española tenía, de hecho, la mejor marca de todas-, pero quería contemplar todas las opciones. Así que le dijo: “Mira, ella solo tiene una ventaja sobre ti: es más fuerte que tú. Así que su única baza es salir a que reventéis las dos y, como ella es más fuerte, que resista mejor que tú. Así que no te ciegues“.

Tres años antes, en el Mundial sub20 de Tampere, a Claudia Conte, entonces casi una niña de 18 años que había terminado en la décima posición, se le quedó grabado que, cuando iban a salir las mejores a correr el 800, estaba lloviendo. “Y entonces pensé: ¡Qué épico ganar una medalla en el heptatlón corriendo un 800 bajo la lluvia! Así que antes de la carrera, me acordé: Ahí tienes tu momento épico“.

A Mills no le quedaban piernas para rebatir el segundo puesto de Conte, que, cuando vio que pasaron el 400 en 1:05.78, supo que era imposible perder la medalla. Hasta ese momento había reprimido el impulso de apretar el paso e ir a una marca por debajo de 2.10 que le permitiera superar los 6.200 puntos, pero entonces lanzó un ataque para ver quién se iba con ella. Después levantó la mirada, se fijó en la pantalla y vio que se había quedado sola. Así que en la recta aflojó sin darse cuenta de que venía Sulek para arrebatarle la gloria de ganar el 800. “Me dio rabia, la verdad, porque tenía fuerzas. Aunque corrí en 2:12.93, que es mi segunda mejor marca de siempre“.

A partir de ahí vino el bullicio de la celebración, el control antidopaje, las medallas… Manoli le dio un abrazo y se despidió. Ya en el hotel se sentó en una mesa y comenzó a leer los mensajes con una inmensa cara de felicidad, ajena a que algunos compañeros de selección estaban observándola en ese momento tan especial en el que bajan las pulsaciones y suben los recuerdos.

Ya en España, juntas de nuevo, cogieron el coche en Madrid para regresar a Castellón. A mitad camino, Claudia le hizo una confesión a su entrenadora: “Si me llegas a decir hace tres años que me iba a quedar a solo 118 puntos del récord de España de María Vicente, te digo: “‘Sí, claro‘”. Y entonces Manoli, siempre tan seria, tan comedida, le respondió: “Mira, Claudia, y si a mí me llegan a decir hace tres años que tú ibas a hacer 6.186 puntos, ni te cuento lo que les digo…“.

Por : Fernando Miñana

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