Mujeres de nuestra historia

Estela Estévez, “Lo mejor de mi vida no fueron los JJOO de Barcelona 92, sino cuando empiezas”

Tiene 55 años y una frase divina de la muerte: “¿Qué más le puedo pedir a la vida?”

Su suerte es que vive donde quiere en una casita a las afueras de Vigo rodeada de verde y a 7 minutos del mar en coche.

– De cualquier chorrada disfruto y no te digo ya de hacer cosas en familia como cuando viene mi hijo el pequeño, que está estudiando en Madrid. Nos podemos tirar toda la tarde jugando a juegos de mesa.

A su alrededor, Estela Estévez necesita ruido como el que vivió en Barcelona, en los JJOO de Barcelona 92.

– Eso fue impresionante. De hecho, mantengo relación con Amaya Andrés, atleta de 800, y a veces recordamos la grandeza de estar ahí, de ser dos de las actrices de esa feria o de que los recuerdos aún nos pongan los pelos de punta.

– ¿Fue lo mejor de su vida?

-No. Lo mejor fue al principio. Sin duda. Cuando empiezas es cuando realmente te diviertes, cuando estás deseando terminar e irnos en autobús todos juntos. Entonces descubres lo bonito del deporte y el deporte te parece un juego.

– ¿Y después?

– Se convierte en tu profesión. Cada cosa se mide. Pero yo ya me había acostumbrado a disfrutar cada momento. Para mí los valores eran tan importantes como la victoria. Es más, recuerdo un campeonato que gané y le dije a Oliva Román, mi entrenadora, ‘¿no tienes nada que decirme?’ Y me contestó: ‘Yo estoy para decirte cuando las cosas van mal. Hoy, que has ganado, sobra la gente que te lo dirá’.

– Más que las victorias, nos dejan marcados las personas

– Sí. He nacido con facilidad para conectar con la gente. El otro día veía entrenos míos del año 83 u 84 para esos crosses como el de Venta de Baños que me encantaba. Y recuerdo a esos monstruos de mi época como Mercedes Calleja, Asunción Sinobas…. Cada vez que las veías aprendias de lo que las veías, de lo que las escuchabas. Yo estaba deseando acercarme a ellas.

– Hay que vivir los ojos abiertos.

– Y las orejas. Y por eso el deporte me hizo persona. No me anuló. Al contrario. Me construyó. Me ayudó a pensar, a entender que si empiezas una cosa tienes que acabarla.

– ¿Y el día que se acabó todo?

– No me costó. Si decides algo, debes llevarlo a cabo. Creo que mi objetivo ya estaba cumplido. Tenía que dar paso a otro tipo de vida. Fue una decisión egoísta porque mi entrenadora había invertido mucho tiempo en mí y yo le dije: ‘se acabó, hasta aquí hemos llegado’.

Estela lo dejó en 1995. Tenía 30 años. “Quería volver a ser madre. No había disfrutado de mi hijo, el mayor, quizás porque no tocaba. Pero ahora era diferente”.

– ¿Y ha sido tan bonita la vida de después?

– Yo disfruto de todo. Hasta de levantarme y escuchar a los pajaritos o de ver a la vecina que anda con sus nietos por el campo… , ¿y el atletismo? No tengo que reprocharle nada. Me dio lo que me tenía que dar, que fue mucho y bonito.

– Por eso estamos hoy recordando.

– Correcto

– ¿Y si tuviese que elegir un momento?

– No sería una carrera. Sería cualquier viaje en coche por carretera a un campeonato de España sin parar de hablar. Eso eran lecciones de vida. Era olvidarme, era crecer como lo era empezar a entrenar a las seis de la tarde cada día en el parque de Castrelos. O el lunes después de la competición con mis compañeras cuando comentábamos todo lo que había pasado. Y éramos tan felices….

– Eso era un equipo.

– No, una familia. Éramos una familia de compañeras que nos veíamos dos horas al día y que teníamos dos padres, Oliva y Joaquín, que nos mimaban sin maleducarnos.

Es el legado que hoy calienta la casa de Estela Estévez, una atleta que, sobre todo, se sentía cómoda en el 3.000, y eso que hizo de todo en su vida, desde 200 hasta media maratón. Sin embargo, hoy apenas recuerda marcas.

– Prefiero recordar vida -justifica.

– El deporte es vida -le digo.

– No le quepa duda: todo lo que se pueda decir es poco.

– ¿En la vida diaria vuelve la atleta que fue usted?

– No, no hace falta. Yo vivi el atletismo muy feliz. Pero es que ahora sigo siendo igual o más feliz. Me va bien. No he tenido ninguna desilusión. Quizás ahora lo que espero es ser abuela, que ya va siendo hora.

El mayor ya tiene 34 años y, aparte de trabajar, prepara oposiciones para policia mientras que el pequeño estudia en Madrid donde tenemos familia.

Por : Alfredo Varona

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