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Laura Méndez y su debut soñado en maratón que le ha llevado a Tokyo 2020

En el aeropuerto de Twente, en los Países Bajos, sobre el mismo asfalto donde se reencontró con el triunfo Eliud Kipchoge, Laura Méndez, hasta ese día casi una atleta del montón, pura clase media, cristalizó en profesional. Esa mañana, en su primer maratón, entró en la meta esprintando porque, como una cenicienta en la medianoche, solo le quedaban dos segundos para perder su carroza. Pero la atleta del Playas de Castellón cruzó la meta justo a tiempo, en 2h29:28, que es mínima olímpica, el segundo mejor debut de la historia de una española y la undécima en el ranking de todos los tiempos. Laura Méndez se convirtió, ya con 32 años, en una de las buenas, en una de las mejores. Y entonces todo cambió.

Esta corredora de Almussafes (Valencia) entró de sopetón en el profesionalismo, en la élite. Varias entrevistas cada día, homenajes, reconocimientos… Todo sea por unos Juegos, un premio aún por confirmar. Un agobio desconocido para ella, hasta no hace mucho una mediofondista suicida que ardía a lo bonzo cada vez que disputaba una final de 1.500 o 3.000 en los Campeonatos de España. Una competidora que se escapaba, que soñaba durante unos metros y que casi siempre moría en la orilla, emponzoñada en lactato, desinflándose en la recta final.

El fin de semana pasado cesó el eco de su proeza. Y, a modo de celebración, se marchó con su novio y entrenador, Manolo Ripollés, y su perro, ‘Cross’, a Navarrés, a pasear tranquilamente por el monte sin teléfonos y sin tener que contar una vez más la historia, la maravillosa historia de cómo decidió descolgarse del grupo en el kilómetro 35 porque notaba que iban a tirones y cómo en el 40 miró el cronómetro y entendió que era ahora o nunca, que había que correr muy rápido para bajar de 2h29:30, pero que ella sabía que era capaz, que ya lo había hecho en cada tirada larga porque le gusta, y le refuerza psicológicamente, acabar los últimos kilómetros más veloz. Y en el último, del 41 al 42, fue capaz de correr en 3.25 y poner un pie en Sapporo. La carrera de su vida.

Laura Méndez siente que ha alcanzado la madurez, que ya no es esa atleta impetuosa que se arriesgaba, perdía y montaba una pataleta. Ni mucho menos esa niña polvorilla que se apuntaba a todo lo que veía, que muchos fines de semana volvía a casa con una medalla de deportes que sus padres, propietarios de Bocapizz, un bar de bocadillos y pizzas, ni sabían que practicaba. Porque, en teoría, la niña solo hacía natación y fútbol. Pero, en realidad, hacía de todo y cuando llegaba la Volta a Peu a Almussafes, no fallaba.

En esa carrera de pueblo siempre lograba buenos resultados y aquello motivó al club local, entonces el Passet a Passet, a captar a aquella niña pequeña y delgada, que, a partir de los once años, comenzó a entrenar con ellos en el campo de fútbol. Así estuvo varios años. Hasta que, cumplidos los 15, adolescencia en su punto de ebullición, empezó a ir a las competiciones de atletismo y cuando todos hablaban de lo que hacían en la pista, a ella le entraba vergüenza porque lo único que hacía era dar vueltas a un modesto campo de fútbol.

Méndez terminó en el Silla, filial del Playas de Castellón, y así fue como conoció a Manolo Ripollés. Un día, charlando, la atleta le comentó que se lo iba a dejar, que se sentía sola, que no estaba motivada. El entrenador la dejó hablar y, al acabar, le ofreció la posibilidad de ir a entrenar con su grupo en Sagunt. La hiperactiva Laura aceptó y cada día su padre la acercaba al pueblo de al lado, a Benifaió. Allí cogía el tren, se iba a Sagunt, entrenaba y volvía. Un recorrido que no llega a los 45 minutos en coche se convertía en una hora y media de ida y una hora y media de vuelta. Estaba claro que el atletismo le gustaba.

Ripollés cambió su preparación por completo. Esa júnior necesitaba chispa. “Me puso a hacer cosas más cortas, técnica de carrera, trabajar la fuerza… Empecé a mejorar y al segundo año me centró en el 1500“, recuerda, feliz, la alumna trece años después. Esos años de Sub20 y Sub23, el tránsito de Ricardo Pérez, su anterior entrenador, a Manolo Ripollés en Sagunt tuvieron la recompensa de varias medallas en los 1.500 y los 3.000 de los Campeonatos de España de su categoría. Gasolina para una corredora hipermotivada.

Luego llegó el salto a la disputa absoluta y, como le ocurre a la mayoría, salvo a los genios, la descompresión, la frustración, la duda. “Tengo mucho carácter y no se me da bien perder; es algo que viene conmigo de fábrica. Aquellas derrotas hacían que me sintiera inferior. Y me daba rabia porque no salía lo que había entrenado. Yo he llorado mucho“.

Entonces vinieron las dudas sobre la prueba, la distancia. Cambios y marcha atrás. Hasta que un año, en 2019, fascinada por el crecimiento del maratón y el medio maratón de Valencia, decidió probar con los 21 kilómetros. La víspera, José Antonio Redolat, campeón de Europa ‘indoor’ en 1.500 y director del Redolat Team, un equipo de corredores populares, le comentó que algunos de sus mejores atletas, entre los que estaba Vicente Villalba -exsaltador de altura-, iban a salir a 3.30. “Esa misma tarde le dije a Manolo que iba a correr con ellos. Y así lo hice. Me sentí muy bien y acabé en 1h13“.

Ese debut notable en medio maratón la centró en la ruta. Un año después estaba corriendo, por primera vez en su vida, con la camiseta de la selección española. Méndez se clasificó para el Mundial de medio maratón en Gdynia (Polonia), donde firmó su marca personal (1h12:58). El 6 de diciembre de 2020 volvió a Valencia y al acabar, otra vez en 1h13, Manolo le lanzó un guante: “Laura, ¿preparamos el maratón?“. Y lo hicieron. Miguel Mostaza, su representante, le consiguió un dorsal en la exclusiva prueba organizada por el NN Running Club -solo setenta atletas de élite- y el resto ya es historia…

Por : Fernando Miñana

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